Celina
del Carmen Batista Falcón
Carlos Morón Cabrera nace en 1921, en el
barrio de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria. Sus primeros estudios los
realiza en el Colegio Viera y Clavijo, y el bachillerato en el San Antonio de
Padua.
A los catorce años, dando muestras de una
gran maestría, realiza su primer óleo, un retrato de su abuelo, el eminente
médico de la capital don Casimiro Cabrera. Con notable éxito en 1941 tiene
lugar su primera exposición individual, que acoge el Gabinete Literario de Las
Palmas de Gran Canaria. Este mismo año marcha a Madrid para aumentar sus
conocimientos en pintura en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Concluye esta etapa en 1944 y es elogiado por artistas de la talla de Vázquez
Díaz, Zuloaga y Solana. Aprovecha su estancia en la capital para retratar a
gran parte de la burguesía y la nobleza madrileñas. Al obtener en su graduación
excelentes notas fue becado en Roma para la realización de la decoración de
cinco “stanzas”, para la Embajada de España en Italia.
Disciplinado por la Escuela de San
Fernando, los acabados de sus retratos son perfectos. Huye de la simple
pincelada, lo cual refleja, por ejemplo, en el acabado de las manos. Asimismo,
no desarrolla una pintura meramente testimonial, de modo que Morón nos
transmite en sus trabajos el interior del retratado y logra en sus telas la
afirmación de la espiritualidad. El rostro humano que Carlos plasma en sus
lienzos es portador de sentimientos y da testimonio de un estado anímico,
efecto que, entre otras razones técnicas, viene determinado por los colores que
utiliza.
Para trasladar a su pintura el aliento íntimo del retratado, Carlos Morón
realiza previamente un análisis de su personalidad. Subraya su esmero por la
expresión, que concreta en la mirada, en los ojos llenos de interioridad, transmitiéndonos
así su reflexión sobre el ser humano, sobre los aspectos más profundos de éste.
Sus representados cuentan con una historia y experimentan situaciones concretas
que nuestro artista ha sabido captar y transferir.
En los retratos de Morón predomina la actitud elegante, con novedosos escorzos.
El detallismo lo expresa el artista en los vestidos y en los movimientos de las
telas. Las calidades táctiles de éstas o de las frutas, por ejemplo, que nos
muestra voluminosas y cercanas al espectador, evidencian el realismo de sus
composiciones. En el alargamiento de los cuellos hallamos la influencia de
Néstor y el modernismo.
Aunque Carlos manifiesta predilección por
el retrato, su maestría en las artes plásticas le permite abordar con acierto
obras de todo tipo: religiosas, costumbristas, composiciones, marinas,
históricos, murales, escenografías, etc. Sus obras costumbristas, escaparates
de la vida cotidiana, cuentan con una gran plasticidad y realismo en las
figuras, las cuales reflejan en su expresión el equilibrio entre el esfuerzo
del trabajo y cierta disposición al júbilo.
Los paisajes de Morón discurren desde la
alta montaña, los riscos escarpados del centro isleño, hasta la costa rasa.
Además de un alto realismo, demuestra en todos ellos su paz interior. Colores
ocres y terrosos; fríos azules para el cielo y el mar... Un mar generalmente en
calma, pero que viste de nubes y tinieblas cuando irrumpen en el paisaje las
acciones violentas del hombre, reforzando así la tragedia implícita en la
batalla.
Maneja nuestro artista una
pincelada ágil, no en vano prefiere pintar del natural: ello explica ese
"impronto" que confiere a sus obras. Raras son las ocasiones en que
se sirve de fotografías y aun en estos casos precisa casi siempre de una visita
directa que le permita lograr ese halo de vida tan característico. A tal
extremo llega esta necesidad que, por no contar con la pose definitiva, deja
inconcluso el retrato del Obispo de la Diócesis de Canarias, Ramón Echarren.
Sirviéndose de este método y tras un trabajo de algo más de un año, concluye el
tríptico procesional de La Virgen de las Nieves de Agaete.
Aunque su obra la dedicó con
preponderancia al realismo por su negativa a la abstracción, se le critica su
dedicación retratística a la nobleza y a la alta burguesía, en un momento en
que predominaban otros movimientos artísticos. A pesar de ello, la
universalidad de Carlos Morón es indiscutible, avalada por encargos que
provienen de ambas orillas del Atlántico: Nueva York, Los Ángeles, Nicaragua,
Puerto Rico, Argentina, Suiza, Italia, Alemania, Dinamarca, Reino Unido, Irán,
Japón...
A su vez, obtuvo el merecido
reconocimiento en su tierra y, aun queriendo pasar desapercibido, fue nombrado
hijo predilecto de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria por el alcalde don
Juan Rodríguez Doreste. Vivió en una buscada soledad sin que le faltara la
valoración de su círculo, lo que le proporcionó el volumen de trabajo necesario
para subsistir en unión de su amor por la pintura. En esta soledad nunca triste
transcurren sus últimos días, hasta que, en 1999, en silencio le
sorprende la muerte.